En los próximos 30 años, la población mayor de 65 años en la Unión Europea crecerá casi un 50%. No solo habrá más mayores, sino que además vivirán más. España es el país más longevo de la UE-28 y se espera que su población centenaria se multiplique por cuatro en solo 15 años. El envejecimiento de la sociedad es uno de los fenómenos más determinantes de este siglo y todo un reto desde el punto de vista social, sanitario, político, económico y jurídico. De todo ello se debatirá en el XII Congreso Notarial Español, que se celebrará en Málaga en mayo.
El 19,2% de la población española es mayor de 65 años. Según las proyecciones de población del INE (Instituto Nacional de Estadística), este porcentaje se elevará hasta el 25,2% en 2033. Si miramos en otros países de nuestro entorno, nos encontramos con una situación similar. En el año 2050, el 28,5% de los habitantes de la UE-28 (más de 149 millones) serán mayores de 65 años. Pero quizá el aspecto más notable de los cambios
demográficos proyectados en Europa es el rápido ritmo de crecimiento de la población que tiene más de 85 años, que entre 2018 y 2050 aumentará un 130%. Concretamente, se calcula que el número de centenarios (los que tienen 100 años o más) pasará de 106.000 en 2018 a más de medio millón en 2050. En España, se calcula que la población centenaria pasará de las 11.248 personas actuales a 46.366 en 2033. Por tanto, vivir más de 100 años, algo que en la década de los setenta era excepcional, será habitual en un futuro no muy lejano. Luciana Miguel, médico forense especialista en Geriatría, afirma que “si las condiciones socio sanitarias siguen siendo favorables, lo esperable es que la población centenaria siga aumentando progresivamente”.
Además, la longevidad en España no solo continúa su línea ascendente, sino que, con una esperanza de vida al nacer de 83,2 años (80,4 en los hombres y 86 en las mujeres), somos el país más longevo de Europa y el tercero del mundo, tan solo superado por Japón y Suiza. A la vez, se ha ido alargando la esperanza de vida saludable de los españoles (los años que se espera que una persona viva sin enfermedades ni discapacidades), que se sitúa en los 73,8 años.
Este progresivo envejecimiento demográfico plantea importantes desafíos en todos los ámbitos. Es preciso analizar cómo afectará esta realidad a las coberturas sanitarias, al sistema de pensiones o a la situación patrimonial particular. Todo ello sin olvidar que, a medida que la edad avanza, la vulnerabilidad aumenta y será necesario contar con instrumentos jurídicos
que garanticen la protección de las personas en la última fase de la vida.
Incertidumbre. Nos encontramos además ante una situación que no sabemos cómo nos afectará en el futuro porque el incremento de la longevidad es algo relativamente reciente, que comienza a principios del siglo XIX en varios países de Europa. Hasta entonces, parece que la
esperanza de vida apenas había variado. “En los países occidentales la esperanza de vida ha pasado de estar en torno a los 40 años a principios del siglo XX a situarse por encima de los 80 años en el momento
actual”, recuerda Luciana Miguel.
Además, como apunta el informe El reto de la longevidad en el siglo XXI, publicado por el Instituto Santa Lucía, de momento no se vislumbra un freno en este fenómeno. Es probable que a finales de este siglo el ser humano supere a menudo los 100 o los 120 años de vida.
Es más, si la medicina regenerativa cumple con sus expectativas, en el año 2045 la esperanza de vida de los niños nacidos hoy podría alcanzar los 140 años.
Más dependencia. Sin embargo, vivir más no necesariamente significa tener buena salud, permanecer activo o mantener una vida independiente. Carmen Sánchez Castellano, facultativa especialista en Geriatría en el Hospital Ramón y Cajal, señala que imaginamos a los centenarios como ‘superdotados genéticos’, que apenas sufren enfermedades degenerativas, por lo que logran una supervivencia extraordinaria, con gran calidad de vida. “Sin embargo, de los estudios publicados, se desprende
que un tercio de ellos alcanza esta longevidad en una situación de gran dependencia, otro tercio en muy buenas condiciones de salud y el tercio restante tendría mermada su autonomía en mayor o menor grado. Además,
llegar a ser muy mayores con buena calidad de vida también depende de cómo evoluciona su red social y un centenario, con frecuencia, ha perdido a gran parte de su familia y amistades.”
En realidad, el envejecimiento está muy relacionado con el incremento de la discapacidad sobrevenida. “Más del 70% de la discapacidad no es congénita”, matiza Miguel Ángel Cabra de Luna, director del Área de Alianzas, Relaciones Sociales e Internacionales de Fundación ONCE y patrono de la Fundación Aequitas. Además, las proyecciones del INE estiman que la tasa de dependencia se elevará desde el 54,2% actual hasta el 62,4% en 2033.
En el futuro inmediato, ante el logro de vivir más tiempo, es primordial la calidad de vida de esos años extra y el mantenimiento de la función física y mental. “El reto no es sólo dar años a la vida, sino dar vida a esos años. No nos centramos sólo en curar la enfermedad aguda sino en que esta cause el mínimo deterioro posible. Promover un envejecimiento saludable desde etapas tempranas de la vida, con una dieta equilibrada, un ejercicio físico regular, aprendizaje continuo, el uso de la tecnología y hábitos de higiene y no tóxicos pueden ayudarnos a envejecer de forma más satisfactoria”, manifiesta Carmen Sánchez Castellano.
Sostenibilidad económica. La perspectiva de una población tan longeva ha llevado a debatir también qué pasará con las pensiones, la asistencia sanitaria, las ayudas a la dependencia y otros sistemas de cuidado. La duda es si el actual sistema corre el riesgo de volverse financieramente inviable. El informe Envejeciendo Europa 2019, publicado por Eurostat, sostiene
que, a pesar de los desafíos económicos que esto implica, hay posiciones contradictorias. Algunos analistas consideran que el envejecimiento rebajará el crecimiento económico porque reducirá la oferta laboral y supondrá mayores costes sociales para los gobiernos. Por contra, otros observadores creen que el envejecimiento puede proporcionar un estímulo para desarrollar nuevos bienes, como viviendas y transportes
adaptados, o nuevos servicios de asistencia social.
Para Enrique Feás, técnico comercial y economista del Estado e investigador asociado del Real Instituto Elcano, la longevidad debería ser un motivo de alegría, más que de preocupación, siempre y cuando vaya acompañada de una buena calidad de vida, pero ello requiere
garantizar recursos económicos suficientes. “Esto obliga a replantearse el propio concepto de vida laboral y su relación con unas pensiones que nacieron para sustituir a las rentas del trabajo en una sociedad industrial basada en el trabajo físico y con baja esperanza de vida, no en una sociedad de servicios con ciudadanos longevos. Reformar el Estado del bienestar es adaptar sus prestaciones a los nuevos tiempos, no deteriorar su
calidad. Y ello es factible si se plantea un debate serio, despolitizado y sin prejuicios.”
Enrique Feás añade que será necesario un cambio radical en las políticas públicas, pero estas son difíciles de definir porque “el envejecimiento de la sociedad está coincidiendo con una revolución tecnológica que, a través de la inteligencia artificial y la robótica, va a alterar radicalmente la cantidad, la calidad y el concepto de trabajo”. Todo apunta a que habrá que trabajar más tiempo y reinventarse laboralmente más de una vez. “Y eso solo puede lograrse con una formación extensa y continua, que permita la readaptación permanente, unida a un colchón social que evite que muchos se queden atrás”, asegura.
La UE-28 ya ha puesto de manifiesto que, ante un escenario de menos población en edad laboral y el creciente número de población mayor o muy mayor, una de las principales preocupaciones de los formuladores de
políticas es alentar a los mayores a permanecer el mayor tiempo posible en la fuerza laboral.
Apoyo normativo. Las políticas que se vayan adoptando en el futuro deberán ir acompañadas de un marco jurídico que refuerce la protección del mayor cuando este haya perdido facultades mentales o físicas, o no disponga de los medios necesarios para sobrevivir. Ascensión Leciñena Ibarra, profesora de Derecho Civil de la Universidad de Murcia, subraya que la vejez incrementa de manera exponencial la indefensión de las personas, por lo que “además de las medidas asistenciales dirigidas a paliar la fragilidad física, urge que el Derecho facilite a las personas mayores un marco normativo que les sirva de auxilio en su fragilidad mental”.
El punto de partida debe ser que la persona es soberana en la organización de su vida y tiene libertad para la toma de decisiones que le incumban. “El Derecho ha de potenciar que sea la propia persona la que decida qué
quiere que pase cuando el deterioro mental, fruto de la edad o de la enfermedad, le impida decidir por sí misma”, comenta Ascensión Leciñena.
Las actuaciones desde el ámbito jurídico serán fundamentales para garantizar la seguridad en la última etapa de la vida. Nuestro ordenamiento jurídico cuenta con diversas figuras orientadas a este fin, pero es necesario
seguir avanzando desde todas las áreas del Derecho y prever también si la perspectiva de vivir más de 100 años puede afectar a aspectos como los derechos sucesorios.
Estar preparados. Desde el ámbito individual, la capacidad de anticipación será de gran ayuda para asegurarnos cómo vivir los últimos años, cuando quizás ya no tengamos plenitud de facultades. El notario, como garante de la libertad individual en los aspectos personales y patrimoniales más importantes de la vida privada, desempeña aquí un papel esencial. Él asesorará de forma imparcial sobre la realización de poderes preventivos, testamentos, testamentos vitales y otros documentos públicos relacionados con el envejecimiento y el final de la vida. “Una vida prolongada es una
bendición, pero incrementa el riesgo de vulnerabilidad en su fase más avanzada. Por eso, si queremos atender ese peligro sin menoscabar la dignidad humana, no tenemos más remedio que acudir a estos instrumentos de Derecho privado todavía poco difundidos. La gente
debe saber que cuenta con herramientas suficientes para afrontar futuras necesidades sin tener que sacrificar necesariamente su libertad”, subraya el notario Rodrigo Tena.
En la misma línea, Ascensión Leciñena destaca mecanismos de previsión como los poderes preventivos “diseñados por la persona con el auxilio del notario, que facilitarán la toma de decisiones que le conciernan cuando
ya no pueda tomarlas por sí misma, en las condiciones y con los controles que haya considerado oportuno establecer”. Una vez otorgados, se consigue que, llegado el caso, la persona mayor cuente con un representante de su confianza que dentro de un marco legal atienda sus
necesidades.
Además, la sociedad tendrá que mentalizarse sobre la utilidad de tomar ciertas decisiones desde edades tempranas. Rodrigo Tena advierte que a veces se piensa en ello demasiado tarde, cuando el interesado ya no tiene
capacidad para comprender regulaciones un tanto complejas. “Con frecuencia, lo urgente de la vida diaria nos dificulta la percepción de lo importante y este es, sin duda, un ejemplo paradigmático.”
Enfoques diferentes. Lo que parece no dar lugar a dudas es que el nuevo modelo demográfico obligará a reorientar muchos de los planteamientos vigentes. Luciana Miguel cree que la medicina, que tradicionalmente se ha
enfocado en el tratamiento de la enfermedad, deberá ampliar su ámbito de actuación. El restablecimiento de la salud deberá incluir no solo aspectos puramente biológicos, sino también funcionales, sociales y legales. “Los
profesionales sanitarios tendrán un papel esencial no sólo en la lucha contra la enfermedad o su prevención, sino en el envejecimiento saludable, en la recuperación de la situación funcional para evitar la dependencia y en
la protección legal del anciano, tanto de aquellos con capacidad cognitiva intacta como de quienes presentan deterioro cognitivo y son especialmente vulnerables.”
Para la doctora Carmen Sánchez Castellano, otro gran objetivo para el sistema sanitario es evitar la discriminación por razón de edad. “El gasto sanitario se produce sobre todo en las fases finales de la vida. Para evitar tomar decisiones basadas sólo en la edad, hay que centrarse en la valoración de la fragilidad, repartir los recursos tecnológicos y tratamientos invasivos de la forma más favorable a cada paciente concreto, de forma que le sean beneficiosos y no lesivos”, expone.
Al mismo tiempo, habrá que reforzar la protección jurídica de las personas con discapacidad. Miguel Ángel Cabra de Luna cree que tenemos normas
jurídicas muy avanzadas, que garantizan formalmente derechos, pero su
cumplimiento deja mucho que desear. “La plena accesibilidad
e inclusión social y laboral está aún lejos de conseguirse.” En su opinión, “deben combinarse políticas de igualdad y no discriminación, de empleo y de carácter social. Hacer que se cumplan las normas sobre accesibilidad
universal que eliminan barreras al ejercicio pleno de derechos, incentivar que las personas con discapacidad puedan ejercer su derecho a trabajar
y, cuando esto no sea posible o sus ingresos no sean suficientes,
garantizar unas prestaciones públicas adecuadas”, concluye.
Desde el punto de vista financiero, habrá que dar paso a nuevos
modelos de ahorro y de gestión del patrimonio que ayuden a planificar una vida centenaria desde la juventud. Las entidades bancarias están dando más protagonismo a productos como las rentas vitalicias, las hipotecas inversas y los planes de ahorro que complementen las pensiones públicas, de modo que las personas mayores tengan diferentes alternativas para cubrir todas sus necesidades hasta el último momento.
En todo caso, se irá imponiendo una nueva mentalidad que todavía está llena de incógnitas porque afrontamos una situación nueva. Los autores del libro La vida de 100 años, Lynda Gratton & Andrew Scott, plantean que
el modelo actual de una vida basada en tres etapas (educación, trabajo y jubilación) va a ser reemplazado por el de una vida con más etapas y más potencial para vivir otras experiencias. Los patrones de vida de nuestros
padres dejarán de ser un referente para planificar el mañana de las generaciones más jóvenes.
FUENTE: REVISTA ESCRITURA PÚBLICA